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Intentan supremacistas blancos superar sus resentimientos

ATHENS, Georgia, EE.UU. (AP) — La cruz celta que tiene tatuada Shannon Martínez en su pierna la delata.

Violada a los 14 años y sin poder satisfacer las expectativas de sus padres, Martínez se vinculó con otros adolescentes resentidos. A los 16 años era una “skinhead” que gritaba slogans racistas, hacía el saludo nazi y dibujaba esvásticas en propiedad pública.

Apuntalada por el cariño de una familia adoptiva, Martínez dejó los skinheads y hoy ayuda a otros a hacer lo mismo como parte de un movimiento que está surgiendo en Estados Unidos y cuyo objetivo es que la gente supere sus resentimientos.

Siguiendo el ejemplo de organizaciones parecidas surgidas en Europa hace años para combatir el extremismo, agrupaciones e individuos ofrecen consejos, educación y comprensión a quienes tratan de dejar esa vida.

Martínez, quien hoy tiene 42 años y educa a sus hijos en su casa en Georgia, trabaja como voluntaria con Life After Hate (La vida después del odio), organización dedicada a ayudar a otros a dejar el mundo de los supremacistas blancos. En su página de Facebook cuenta su historia.

“Nos manejamos como un grupo de gente que nos entendemos entre nosotros”, dijo el ex skinhead Christian Picciolini, un viejo amigo de Martínez que fundó esa agrupación en Chicago. “Entendemos las razones que nos llevaron a tomar este camino. Sabemos por qué la gente sigue en eso. Y nos ayudamos a salir de eso, a tomar distancia de esa ideología. Ofrecemos un sistema de apoyo”.

Fundada en el 2009, Life After Hate recibió una subvención de 400.000 dólares del Departamento de Justicia bajo el gobierno de Barack Obama. Esa suma podría peligrar si la nueva administración de Donald Trump decide concentrar todos sus esfuerzos en la lucha contra el radicalismo islámico, como ha insinuado.

Life After Hate le muestra a la gente que hay otro camino. Tiene un portal al que pueden acudir las personas que quieren dejar las organizaciones supremacistas. Y ofrece programas educativos y terapia, incluido un chat en el que los miembros de la agrupación hablan con elementos extremistas que tratan de cambiar de vida, según Picciolini.

“Empecé esta organización porque era muy difícil salirse del movimiento”, comentó. “Si bien había dejado de lado esa ideología, no estaba preparado para abandonar mi comunidad, mi identidad, y sabía lo duro que era para la gente dejar esta ideología o este tipo de movimiento”.

Otro grupo, One People’s Project, fue puesto en marcha por Daryle Lamont Jenkins, de Filadelfia. Además de vigilar las organizaciones racistas, Jenkins, quien es negro, combate a los nacionalistas en reuniones públicas y habla cara a cara con tantos supremacistas blancos como puede, tratando de mostrarles que hay otros caminos y que no es necesario tanto resentimiento. Asegura que algunos jamás tuvieron contacto con una persona de raza negra.

Lo que hace Jenkins se parece mucho a lo que hace Daryl Davis, un músico negro de Maryland que trata de hablar con gente del Ku Klux Klan.

Mark Potok, de la agrupación liberal Southern Poverty Law Center de Montgomery, Alabama, dijo que es difícil determinar cuántos militantes tienen las organizaciones supremacistas, pero que es posible que haya unos 100.000 activos y varios cientos de miles que colaboran informalmente, desde afuera.

Potok dijo que estas agrupaciones comenzaron a aparecer en Europa en los años 80 para contrarrestar la proliferación de organizaciones de extrema derecha.

“Creo que este es un momento particularmente importante para este tipo de organizaciones que ayudan a la gente a salirse de esos grupos por lo que vimos en el último año o año y medio, en el que se legitimaron muchos de esos puntos de vista”, expresó.

Trump llegó a la presidencia con el apoyo de los neonazis y del Ku Klux Klan.

“La victoria de Trump sin duda que envalentonó a los nacionalistas blancos”, afirmó Martínez.

Martínez pasó su infancia en la zona metropolitana de Atlanta, en una familia relativamente normal, pero se rebeló tras ser violada en una fiesta. Se metió con punks y de allí pasó al movimiento de skinheads, o cabezas rapadas.

Dijo que había tomado un rumbo que la hubiera conducido a prisión o a la muerte cuando comenzó a vivir con la familia de un novio skinhead que se había ido tras enrolarse en el ejército. La madre del muchacho le dio tanto cariño que la sacó del abismo, según cuenta.

Hoy le cuesta contener las lágrimas cuando ve fotos de ella con la cabeza rapada.

“Estaba llena de ira y de rencor; y los skinheads fueron la gente más enojada que conocía y eso me gustó”, señaló.

Shane Jonnson es hijo de un miembro del Ku Klux Klan y se crió en ese ambiente.

“Recibí mi primera túnica del Klan cuando tenía 14 años”, relata.

Integró el KKK y también un grupo de skinheads, pero decidió alejarse de ese mundo tras ser arrestado, dejar de beber y conocer a quien es hoy su esposa. Dice que irse no fue fácil ya que hasta sus propios familiares lo hostigaron.

“Cuando me fui, tremenda paliza me dieron”, aseguró.

Johnson trata de disimular algunos de sus tatuajes de contenido racista haciéndose otros encima y usa mangas largas para ocultar su pasado. Dice que Life After Hate lo ayuda de distintas maneras y le muestra como leer la Bibilia sin verla como un tratado sobre la división de razas, que es como se la habían hecho ver hasta ahora.

- La videoperiodista Teresa Crawford (Chicago) y el fotógrafo Michal Conroy (Indiana) colaboraron en este despacho.

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