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UN SUEÑO FAMILIAR QUE CASI SE CUMPLE

Don Oscar Nervegna tiene 74 años de edad, es padre de 2 hijos y es hincha del Boca. Desde la Estación de Banfield, y más tarde en la Estación de Temperley donde trabajó en un kiosko, Don Oscar vivió muchos mundiales, pero ninguno como el de Argentina 78, que lo llevó a festejar al Obelisco su pasión futbolera, llevando a sus dos hijos, Rubén y Omar con solo 7 y 5 años de edad, montados en sus hombros. Años después de la mano de Maradona, Argentina ganó el mundial de México 86. El tiempo es implacable para algunos, pero no para Don Oscar, quien se levanta muy temprano, y sale a correr todos los días 5 millas entre las montañas, lo que lo mantiene en un estado físico impresionante. Tal vez fue la fuerza de reencontrarse con sus hijos, de transformarse en suegro y abuelo, lo que ha hecho de Don Oscar, un ejemplo de fuerza física y una constante fuente de cariño familiar.

Como buen argentino, la noche anterior a la final contra Alemania, le fue muy difícil conciliar el sueño. Después de 24 años de angustia contenida, no se podía dejar nada librado al azar. Cuando se le preguntó si tenía una cábala o amuleto antes del partido dijo; “Yo no creo en esas cosas, es más, ni a Dios le pido que ganemos; yo creo que Él está para cosas más importantes”, concluyó.

Pero eso, ese domingo 13 de julio, todo era distinto a los mundiales anteriores. Cuando la alarma sonó a las 7 de la mañana, él ya estaba despierto. Se levantó casi en punta de pies para no despertar al resto de la familia, y calentó el agua para tomarse unos mates. En su mente, solo pasaban las imágenes de los 7 goles que los alemanes le habían metido a los dueños de casa. De a uno, los Nervegna se fueron levantando, y en menos de lo que canta un gallo, la cocina se fue vistiendo de celeste y blanco. En tanto, en la otra casa Nervegna, Omar ayudó a su esposa a preparar el desayuno y vestir a su hijo Santino. Antes de salir, Rubén se aseguró que Lucas tuviera hatada al cuello la bandera que lo había acompañado desde que comenzó el mundial en la otra casa. Omar le colgó en el cuello de Santino la misma medallita de buenos deseos que decía, de un lado Love y del otro lado Hope. A eso de las 11 de la mañana, ambas familias se dirigieron a un destino en común. El Luciano Garden de la Pecos y Russell, donde Dante Arancibia (propietario del lugar) le había reservado una mesa, frente a una pantalla gigante para no perderse un solo detalle.

Poco a poco, el lugar se fue llenando, y a la hora del partido, se podía ver un lleno total. En la cocina, Dante Arancibia y sus cocineros, no daban a basto para servir a tanta gente. Antes de empezar el partido, se podía ver pasar a los meseros sirviendo las típicas empanadas argentinas, lomito al plato, choripan y pizza Buenos Aires, “para que la concurrencia se sienta como en nuestra tierra”, decía la esposa del dueño, que se tomaban 1 minuto para sacarse una foto con los amigos que habían llegado a ser parte del tremendo acontecimiento. En la mesa del fondo, las tres generaciones Nervegna, se preparaban para compartir unos de los acontecimientos más importantes de sus vidas, la final del Campeonato Mundial de Fútbol Brasil 2014, juntos y felices, cualquiera que fuera el resultado. Al final, gritaron, cantaron y lloraron con el pitazo final. Prometieron regresar en la próxima Copa del Mundo de Rusia 2018, con la misma fuerza pero con mayor puntería en el disparo final.

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