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El acusado de un ataque con mazo está enfermo mentalmente, afirma su familia

¿Cómo terminó Clinton Taylor detrás de la lavandería Twin Lakes, sosteniendo un mazo ensangrentado?

Antes del ataque fatal y el cargo de asesinato, pasó años dentro y fuera de tratamientos de salud mental, afirmó su prima Char-maine Beverly. Antes de volverse esporádico, violento y aterrador, era un joven amoroso. Luego se enfermó.

Taylor, de 36 años, permanece en el Centro de Detención del Condado de Clark, acusado de golpear a una mujer que no conocía el 29 de agosto. La mujer estaba lavando la ropa cuando vio a un hombre extraño con un mazo afuera y llamó al 911, informó la policía de Las Vegas.

La mujer se quedó al teléfono con el 911 hasta que gritó y se cortó la llamada. Los oficiales que llegaron la encontraron muerta en lo que los detectives describieron como un ataque aleatorio. La Oficina Forense del Condado de Clark no la ha identificado.

“Nuestro corazón está con esa encantadora mujer que solo se ocupaba de sus propios asuntos y lavaba su ropa”, mencionó Beverly, de 33 años, y agregó que usaría el nombre de la mujer si lo supiera. “Nadie merece eso y no es excusa, pero quiero que el mundo sepa que estaba enfermo”.

Breve comparecencia ante el tribunal

Durante una breve comparecencia ante el tribunal el miércoles, la defensora pública adjunta, Sarah Hawkins, le pidió a un juez que fijara la fianza de Taylor en 10 mil dólares, y añadió que probablemente no podría pagarla.

Hawkins dijo que Taylor había trabajado durante unos meses en un casino, aunque no sabía en qué propiedad.

El juez de paz de Las Vegas, Eric Goodman, ordenó que Taylor permaneciera recluido en el Centro de Detención del Condado de Clark sin derecho a fianza.

Taylor sufre de esquizofrenia y trastorno bipolar, notificó Beverly. Con los años, sus arrebatos violentos se hicieron más comunes.

Hubo una ocasión en la que sostuvo un cuchillo contra su padre, persiguiéndolo e intentando apuñalarlo.

Otra vez perforó las llantas de un vecino con un cuchillo, gritando tonterías mientras lo sostenía.

“Salí y dije: ‘¡Little Clint baja el cuchillo!’, recordó Beverly entre lágrimas. “Le dijimos al vecino: ‘Nos ocuparemos de tus neumáticos. ¡Solo no salgas! Él no te conoce. ¡No vengas afuera!’”

Hubo momentos en que Taylor se sentaba con todos en grandes reuniones familiares, hasta que de repente se ponía de pie, lanzando un golpe.

“Nos empezamos a adaptar a ello, les decíamos a los demás:” Solo saca a tus hijos y échate para atrás, pero no lo hagas irse”, dijo Beverly, “porque no tenía a dónde ir”.

Muchas veces, ella se sentaba con él e intentaba disuadirlo, incluso cuando pensó que los transeúntes en la calle estaban conspirando para matarlo. Los dos crecieron juntos, junto con dos de los hermanos de Taylor, que murieron recientemente.

Jamar Taylor, el mayor, fue asesinado en enero de 2018, cuando la policía señaló que un hombre que no conocía le disparó varias veces. Al hombre no le gustaba lo fuerte que era la música de Jamar, mencionó la policía. Jamar intentó correr, pero cayó y luego murió en un hospital. Los detectives también lo describieron como un ataque aleatorio.

Su hermano menor, Grananson Day, murió de deshidratación hace aproximadamente un mes mientras vivía sin hogar en Las Vegas, detalló Beverly. Clinton Taylor sabía que ambos se habían ido, pero no sabía cómo procesar esa realidad.

“Él decía: ‘Ambos de mis hermanos murieron, todos me tienen miedo. ¿A dónde iré?’”, relató Beverly.

“Fue una curita”

Ella trató de pedirle ayuda. En los últimos años, ella y la familia llamaron a la policía durante sus arrebatos y lo obligaron a acudir a diferentes instalaciones para recibir tratamiento. Cada vez, salía como un zombie, muy medicado y mentalmente ausente.

“No fue una cura”, comparó Beverly. “Fue solo una curita”.

Pero Medicaid no cubría el tratamiento continuo o la medicación y ella no podía pagarlo. Entonces, una y otra vez, su personalidad agresiva resurgiría, al igual que sus demonios.

“Estaba tan enfermo”, sollozó. “No sabíamos cómo ayudarlo. No fuimos a la escuela por cosas como esta”.

Su padre (también llamado Clinton Taylor) dejó que su hijo viviera con él a pesar de sus arrebatos violentos, pero el joven Taylor a menudo deambulaba, desapareciendo por días. Estresado y abatido por el dolor, el padre tuvo dificultades para seguirle la pista.

“Es difícil”, aseveró el padre de 53 años, el martes. “Nunca pensé que haría algo así”.

Beverly aclaró que no podía acogerlo porque, aunque era más cercana a él, no podía confiar en que estuviera cerca de sus hijos. Entonces siguió vagando.

“Cada vez que lo veía, íbamos a dar largos paseos, íbamos al parque, le daba comida, le daba agua”, recordó entre lágrimas. “Yo era la única que no le tenía miedo, pero no sabía qué hacer”.

Se alejó por última vez unos dos días antes del ataque, concluyó su padre. Temprano el jueves pasado, terminó en la lavandería.

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