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El rebaño de Ciudad Juárez que no sigue al Papa

En Ciudad Juárez, último destino del Papa en su visita a México, la Iglesia Católica está perdiendo fieles frente a otros cultos cristianos y frente a la Santa Muerte. La población, marcada por la violencia del narco y los feminicidios, busca respuestas en la fe

“¡Ciudad Juárez está cambiando porque Jesucristo está en el medio de nuestra ciudad!”, predica Pedro Martín Núñez, un exconvicto condenado por asesinato y que se convirtió en pastor en la iglesia evangélica de la cárcel estatal número 3 de Ciudad Juárez que este miércoles visitará el papa Francisco.

“¡Aleluya! ¡Demos gracias al señor!”, le responden al unísono unos 200 hombres vestidos con uniformes grises y zapatos deportivos, que bailan y saltan en una especie de trance al son de ritmos religiosos. La mayoría son jóvenes detenidos por asesinatos, secuestros, violaciones y tráfico de drogas, delitos que en muchas ocasiones cometieron en época en que Ciudad Juárez aparecía a la cabeza de las listas negras del narcotráfico, la violencia y los feminicidios.

Ninguno de esos hombres está entre los 800 presos que conocieron al papa Francisco durante su visita este miércoles a la cárcel, en la última parada de su viaje a México. Ninguno mostró el menor interés ante su llegada, pues todos pertenecen ahora al módulo de la iglesia evangélica, un culto que crece exponencialmente no solo en Juárez sino en todo el país y que, poco a poco, le va comiendo terreno al catolicismo.

Pese a que México sigue siendo el segundo país con mayor número de católicos del mundo (el 81% de la población dice profesar esa religión, según un estudio del Pew Research Center), uno de cada diez mexicanos que fueron educados en esa religión ya no se identifican con ella.

Hoy la iglesia católica mexicana “está rebasada por la reciente diversidad y presencia de iglesias evangélicas que están ganando batallas proselitistas entre los sectores populares”, según escribió el experto en religiones Bernardo Barranco en un artículo reciente en la revista Proceso.

Y esta cárcel refleja nítidamente esa transformación.

Aquí funciona también un templo católico, pero “ya no se se usa tanto”, asegura Hugo Alberto Rubio, el capellán evangélico del penal, señalando el lugar donde se ultiman los detalles para la visita del Papa.

Rubio conoce bien ese penal, pues acá estuvo detenido un año y medio por tráfico de drogas y ahora lo visita cada semana junto a un grupo de evangélicos para ofrecer a los presos servicios religiosos, mensajes de aliento y unas cuantas ollas de frijoles, pozole y refrescos.

Con el proyecto que él y el pastor Pedro Martín Núñez dirigen, “Transformados para transformar”, van sumando adeptos en la cárcel con un esquema que se repite en los relatos de los presos convertidos: cuando sienten que nadie cree en ellos y que no les quedan muchas alternativas en la vida, aparecen los evangélicos que les abren sus brazos, les hablan de Dios y ellos deciden dar un giro de 180 grados en sus vidas.

Ese es el caso de Eric Martín García Favela, de 23 años, dos hijas de 7 y 4 años y dos cadenas perpetuas a sus espaldas por haber liderado una banda de sicarios y secuestradores a la que se unió cuando tenía 14 años.

“Cuando yo llegué con dos vitalicias, dos cadenas perpetuas, mi pensamiento era (…) irme de este lugar o terminar con mi vida”, dice García Favela tras asistir a un servicio religioso que acabó con una unción por la que algunos reclusos cayeron al suelo y otros acabaron arrodillados con lágrimas en los ojos.

“El hombre siempre necesita a alguien superior a él para que domine su vida. Entonces, cuando yo tuve este encuentro aquí con Dios, es donde mi vida es totalmente transformada”, asegura García.

García Favela lleva en el torso un tatuaje con la imagen de la Santa Muerte, el culto al que se encomendaba antes de cometer sus delitos. Ahora no le gusta mostrarlo porque no va en sintonía con sus nuevas creencias.

Alabanzas a la Santa Muerte

Además de las iglesias protestantes, el culto a la Santa Muerte registra una creciente devoción en detrimento de la fe católica y según los expertos, podría tener hasta 12 millones de seguidores en México.

Guadalupe García es una de las que abandonó la iglesia católica por la Santa Muerte en Ciudad Juárez. Hace unos años, cuando secuestraron a uno de sus cuñados, García se encomendó a la que llama su “flaquita” para que lo devolvieran con vida y allí comenzó su transformación.

“Le había prometido una veladora. Lo cumplí, le compré su veladora y ahí está mi cuñado con su familia. Y ahí le agarré más fe a ella”, explica la mujer. Poco después dejó su trabajo en una maquiladora de arneses para convertirse en guardiana de uno de los dos templos dedicados a la Santa Muerte de Ciudad Juárez.

“En cuanto acepté a la Santísima Muerte y la metí en mi casa, le dije a la Virgen y le dije a San Judas: ¿saben qué? Ustedes salen por la puerta”, confiesa García en el templo abarrotado de esqueletos vestidos y decorados con todo tipo de complementos.

Por allí pasan cada día decenas de devotos a rezarle, pedirle favores y hacerle ofrendas a la Santa Muerte que, según dicen sus fieles, es “la santa que todo lo perdona”.

“Todos los días viene infinidad de gente de todos los niveles: desde militares, federales, gente del gobierno, enfermeras, doctores hasta el más pobre y el más rico que vienen a pedirle a ella”, asegura Josefina Ramírez, la dueña del templo. Según Ramírez, no es cierto que la Santa Muerte sea especialmente venerada por narcotraficantes y criminales.

“La gente que anda metida en esas cosas no nomás va a venir con la Santa Muerte. Va a ir a la iglesia católica, va a ir a cualquier iglesia”, enfatiza. “No nomás porque la Santísima Muerte tiene un aspecto cadavérico nos achaquen a narcos, a gente mala. Aquí hay de todo. Todos los que vienen son bienvenidos, son nuestros hijos y nosotros no les preguntamos a qué se dedican”.

Ramírez empezó a creer en la Santa Muerte hace casi 20 años cuando tuvo un problema migratorio en Estados Unidos y se encomendó a ella: “Fue casi un milagro. Estaba yo de ilegal en EEUU y ella me ayudó a salir de ese problema tan grande que tenía”.

En agradecimiento, la mujer edificó hace cinco años la iglesia a la Santa Muerte en Juárez. Desde entonces, ella asegura haber visto una “salida del closet” de los fieles.

“Antes estaba muy tapado lo de la Santa Muerte. La gente tenía miedo de decir: ‘adoro a la Santa Muerte’. Tengo muchas devotas que son viejitas de 70 y tantos años que toda su vida la han adorado pero antes tenían miedo de la iglesia católica”, afirma.

Pese a que la iglesia católica rechaza rotundamente el culto a la Santa Muerte, muchos de los mexicanos que buscan sus favores también cumplen con algunos de los ritos tradicionales católicos.

La necesidad de creer

Sea alabando con cánticos a Jesucristo en la iglesia evangélica de la cárcel, rezando un rosario a la Santa Muerte en el “Santuario a la Niña Blanca” o poniendo velas a San Judas Tadeo –el santo de las causas desesperadas-, en Ciudad Juárez se ve la necesidad de muchos ciudadanos de buscar respuestas a la dura realidad que viven a través de la fe.

“Ciudad Juárez es una ciudad muy complicada por estar lejos del poder económico y político y en la frontera con Texas”, apunta el antropólogo social chihuahuense Ricardo Legarda.

En 2015, la ciudad consiguió salir de la lista de las 50 más violentas del mundo, un ránking que Juárez lideró en los peores años de la lucha contra el narco entre 2008 y 2010. Sin embargo, los feminicidios siguen a la orden del día –solo en enero desaparecieron nueve mujeres, según datos oficiales y la violencia generada por el narcotráfico continúa.

“Ya no está la guerra contra las drogas que declaró (el expresidente Felipe) Calderón, pero siguen habiendo enfrentamientos entre ciertos cárteles o áreas controladas”, sostiene Legarda.

La cifra de muertos ha caído drásticamente: en 2010 se reportaron más de 3,000 homicidios en esta ciudad de más de 1.3 millones de habitantes en 2010; y en 2015 la cifra bajó a 311.

El gobierno local atribuye el descenso al éxito de sus programas de prevención y control policial, pero la versión más extendida en las calles es que el Cartel de Sinaloa -que lidera Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán- le ganó la batalla al cartel de Juárez y se quedó con el gran pastel del transporte de drogas a Estados Unidos, mientras que un cartel local conocido como “La Línea” se dedica al narcomenudeo.

Para Legarda, el problema de trasfondo es que Ciudad Juárez sigue sufriendo las consecuencias de los tratados de libre de comercio que estimularon la instalación de decenas de industrias de manufactura extranjeras desde los años 80, atrayendo también a migrantes de todo el país que trabajan largos turnos a cambio de bajos salarios.

“Los hombres se iban a EEUU, las mujeres a la maquila y los hijos crecían a la buena de Dios”, sostiene el antropólogo social. Legarda lamenta que el gobierno mexicano se preocupara más por brindar terrenos a las compañías internacionales que por ofrecer servicios sociales a los trabajadores.

Esas familias que no podían dar a sus hijos muchas alternativas de futuro, opina el antropólogo, tuvieron como resultado niños que se acabaron convirtiendo en sicarios o los narcos.

“Poder estudiar niveles básicos es casi imposible para hijos de mujeres de maquiladoras que ganan 700 u 800 pesos semanales (entre 36 y 42 dólares). No tenían alternativas para crecer: era el sueño americano versus la realidad mexicana”.

Esta es la ciudad a la que llegará el papa Francisco este miércoles y uno de los lugares del país que eligió en lo que denominó una búsqueda la “riqueza de fe” de los mexicanos.

“Es un lugar difícil y esta es una visita difícil por las circunstancias. Juárez es el símbolo internacional de la violencia, feminicidios, problemas migratorios, y problemas de violencia también y el Papa ha elegido venir aquí no como un mago a solucionar los problemas, sino como un peregrino más a buscar y sumar voluntades para enfrentar esta vida y hacer de esta ciudad y de todo México algo más humano”, explica Hesiquio Trevizo, portavoz de la diócesis de Juárez.

Trevizo recuerda los años del repunte de la violencia como una etapa amarga en la que a los sacerdotes se quedaron como “capellanes de guerra atendiendo a heridos y muertos de uno u otro bando”.

Y aunque insiste en que su religión sigue gozando de mayoría absoluta entre los fieles mexicanos, reconoce una realidad plural en la que otros grupos que le están ganando terreno a la iglesia católica.

“Quien deja la iglesia católica deja lo más por lo menos. No hay ningún elemento que se ofrezca salvo una especie de entusiasmo, una especie de contagio psicológico pero se pierde un contenido enorme cuando se abandona la iglesia”, sostiene el religioso.

“Estamos haciendo una buena lucha, un buen papel. No es proselitismo, no es pelear la clientela sino es la exposición de una verdad, la verdad que nos salva”, concluye.

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