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Haití, 4 años después

Este domingo 12 de enero se cumplen 4 años de uno de los hechos más lamentables que me ha tocado presenciar en mi carrera periodística. La tierra sacudió Puerto Príncipe, la capital haitiana y dejó una secuela de muerte y destrucción como pocas veces se ha visto en la historia. Pocos días después del terremoto llegué a la ciudad por helicóptero aterrizando en la Embajada de la Republica Dominicana. El recorrido al aeropuerto donde estaba establecido el equipo de trabajo de Univision fue aterrador. Mi productora Selymar Colon y yo vimos cuerpos sin vida por doquier, no había una sola calle que no tuviera estructuras reducidas a escombros, la gente caminaba por la calle con una expresión vacía, incrédulos quizás, o sin rumbo aparente a seguir. Esa escena se repitió día tras día durante la semana que transmití desde allí. Cientos de miles de personas estaban en albergues improvisados por toda la ciudad viviendo en condiciones infrahumanas sin saber cuando tendrían un nuevo techo para vivir. Visité un par de orfanatorios donde cientos, si no miles de niños, habían quedado huérfanos. Ni en Irak donde estuve cubriendo la guerra había visto tanta muerte y destrucción.

Las condiciones de trabajo del equipo de Univision no eran las óptimas. Dormíamos en la calle y eventualmente en casas de campaña. Pasamos días sin bañarnos. Teníamos alimentos limitados. Pero lo que no faltó fue la entrega total a nuestra profesión como comunicadores de llevar al mundo esta historia que conmocionó a muchos al punto de atraer millones de dólares en donaciones y una avalancha de voluntarios que llegaron a Haití a prestar su ayuda.

Es lo frustrante a veces de ser periodista. Uno se siente impotente. Debemos mantenernos al margen emocionalmente aunque estemos presenciando un profundo dolor humano. Solo podemos contar la historia y esperar que alguien se compadezca y brinde ayuda a quienes más lo necesitan.

Lo más difícil al terminar mi cobertura de Haití hace 4 años fue esa idea que no me podía sacar de la mente. Saber que por muy malas que hubieran sido nuestras condiciones de trabajo, yo me iba a mi casa con aire acondicionado, me dormiría en mi cama, comería en abundancia y abrazaría a mis hijas. Dejaba atrás un país donde había padres que perdieron a sus hijos, niños que jamás volverían a ver a sus padres, conyugues que quedaron viudos, miles y miles que tendrían que dormir en la calle.

A pesar de ha habido un poco de progreso, muchos se preguntan por qué cuatro años después de la desgracia aún hay cientos de miles viviendo en albergues temporales. ¿Dónde están los millones de dólares que se donaron en solidaridad con los damnificados? Haití dejó de estar en los titulares hace rato, pero para quienes vimos el sufrimiento de un pueblo castigado por la naturaleza de primera mano, el recuerdo nunca desaparece

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