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Argentina, ¿marcha atrás en derechos humanos?

El nuevo presidente de Argentina, Alberto Fernández, pronunció un discurso conciliador en su toma de posesión, pidiendo la unidad nacional y prometiendo defender la democracia y los derechos humanos. Eso es muy bueno, pero al mismo tiempo dio señales preocupantes de que su gobierno podría ir en dirección contraria en todos estos campos.

Primero, Fernández fue eclipsado en su propia ceremonia de inauguración por la nueva vicepresidenta y ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Eso hizo aumentar los temores de que ella será el poder detrás del trono en el nuevo gobierno.

Cristina, como se la conoce comúnmente en Argentina a la incendiaria ex presidenta, estaba sentada al lado del nuevo presidente durante todo el discurso de toma de posesión de Fernández. Eso es algo muy inusual: normalmente, en Argentina y en cualquier otro país, los vicepresidentes se sientan detrás de los jefes de Estado en actos públicos.

Pero la imagen de Cristina sentada al lado del nuevo presidente no debería sorprender a nadie.

Fue Cristina quien eligió al nuevo presidente como su candidato presidencial, en una movida magistral para atraer votantes moderados. Además, el nuevo presidente había visitado recientemente la casa de Cristina, y no al revés, para acordar los principales nombramientos para el gabinete del nuevo gobierno.

Segundo, una de las pocas ovaciones de pie durante el discurso de Fernández en el Congreso se produjo cuando el nuevo presidente felicitó a su vicepresidenta por su “generosidad” y “visión estratégica”. Una buena parte de la audiencia se puso de pie y aplaudió con más entusiasmo que cualquier otra cosa que el nuevo mandatario había dicho antes. La multitud era obviamente de Cristina, más que del nuevo presidente.

Tercero, la promesa de Fernández de combatir la corrupción sonó hueca después de que proclamó –en una clara referencia a los juicios de corrupción contra Cristina– que no permitirá lo que describió como un sistema de justicia “contaminado” ni “linchamientos mediáticos”.

Cristina está acusada, entre otras cosas, de recibir decenas de millones en sobornos de empresarios. En otro caso, la policía en 2016 encontró $4.6 millones en efectivo en la caja de seguridad del banco de su hija Florencia. Ahora, todo indica que el nuevo gobierno tratará de exculparla de todos los cargos.

Cuarto, la afirmación de Fernández en su discurso de que defenderá la democracia y los derechos humanos en todo el mundo suena sospechosa en vista de sus recientes declaraciones, y de sus invitados especiales durante su ceremonia de inauguración.

En las últimas semanas, Fernández se rehusó a condenar el fraude electoral del ex gobernante boliviano Evo Morales, que fue corroborado por dos misiones electorales separadas de la Organización de Estados Americanos.

Asimismo, entre los principales invitados de Fernández en su ceremonia inaugural estuvieron el gobernante de Cuba, Miguel Díaz-Canel, quien preside la dictadura militar de más larga data del hemisferio, y el poderoso ministro de información de Venezuela, Jorge Rodríguez. Este último hasta ahora tenía vetado entrar en Argentina, y tiene la entrada prohibida a Estados Unidos y varios otros países bajo sanciones internacionales contra la dictadura venezolana.

Irónicamente, mientras que el gobierno de Fernández se proclama un ferviente defensor de las víctimas de la dictadura militar argentina de 1976, está fortaleciendo las relaciones con Cuba y Venezuela, las dictaduras más antiguas y sangrientas del hemisferio. El régimen de Venezuela es responsable de unas 6,800 ejecuciones extrajudiciales desde enero de 2018, según la oficina de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

También entre los invitados de honor estaba el ex presidente populista de Ecuador, Rafael Correa, quien enfrenta varios cargos de corrupción en su país.

A juzgar por su discurso inaugural, y por lo que recuerdo haber escuchado cuando lo entrevisté hace varios años, Fernández es más moderado que su incendiaria vicepresidenta.

Sin embargo, hasta que vea signos claros de que es él quien está al mando, y no su vicepresidenta, seré muy escéptico sobre el compromiso del nuevo gobierno con la democracia, los derechos humanos y la lucha contra la corrupción. Veremos.

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