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El cambio

Al presidente le debe haber dolido hasta el alma desprenderse de su viejo colaborador y amigo Luis Videgaray, pero era indispensable para la salud del gobierno y de la República que le aceptara la renuncia.

El poderoso exsecretario de Hacienda fue el impulsor de la visita de Donald Trump a México, con lo que provocó la división del gabinete y la irritación casi unánime de la ciudadanía, que con toda razón ve en el magnate estadounidense al principal enemigo de México.

La señal de debilidad ante el prepotente, lanzada con la visita de Trump a Los Pinos, no fue soportada por el país y alguien tenía que pagar el costo político de esa insensatez.

O se iba el autor de la idea, o el sexenio de Enrique Peña Nieto iba a naufragar dos años antes de concluir.

Al país no le conviene un gobierno débil y rechazado por la inmensa mayoría, pues hay adversarios internos y enemigos externos que quieren ver a México en ruinas para quedarse con las cenizas.

El secretario de Hacienda entendió la dimensión de su error y con decoro renunció al cargo. Bien por él, y bien por el presidente que le aceptó la renuncia.

Con la salida de Videgaray se abre la posibilidad de modificar aquellas políticas que no han funcionado desde el inicio del sexenio, como ha sido tener a un gobierno arrogante y a un presidente reacio al contacto directo con la opinión pública.

La popularidad no importa, dijo Videgaray en el programa ‘Si me dicen, no vengo’, lo que revela de dónde salió la estrategia equivocada de gobernar sin pueblo detrás.

Durante esta administración se impulsaron reformas históricas que afectaron grandes intereses, pero se hicieron sin promover un amplio respaldo social para el líder de esas reformas que fue Peña Nieto.

El gobierno quedó a merced de los afectados por las reformas, sin contar con el respaldo de los beneficiados.

Por casi cuatro años se desaprovechó la facilidad de Peña Nieto para conectar con la gente –como hizo en el Estado de México–, y vimos a un presidente acartonado, que marcó distancia con los gobernados, especialmente con líderes de opinión, académicos, intelectuales y periodistas.

Se desaprovechó la base social que en su momento Enrique Peña Nieto tuvo entre sus manos, por el prurito de mantener al presidente aislado en una burbuja de colores.

Alejaron al presidente de su partido, indispensable para gobernar.

Ese estilo de gobierno, sin popularidad, conduce a la entrega del poder (como se lo dije al presidente en una entrevista que un grupo de periodistas le hicimos en Palacio Nacional hace poco más de dos años).

Lo anterior no quiere decir que todo haya sido responsabilidad de Luis Videgaray, desde luego que no. Sería una injusticia afirmarlo. Pero su cambio, como el consejero más poderoso del presidente Peña, es una buena coyuntura para corregir el rumbo.

Y el cambio abre también la baraja de la sucesión presidencial que, a poco más de un año para que haya candidato, se cerraba peligrosamente a una sola carta.

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