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El tango de Obama en Latinoamérica

El Presidente Obama sedujo a muchos argentinos al bailar tango —bastante bien, por cierto— durante su visita a la Argentina, pero es probable que su viaje sea recordado por algo mucho más importante: marca el probable comienzo de un nuevo ciclo menos antagónico y más pragmático en las relaciones entre Latinoamérica y Estados Unidos.

Por diseño o por suerte, Obama podría terminar su mandato en enero del año próximo con una América Latina muy diferente a la región con que se encontró hace siete años, cuando estaba dominada por gobiernos populistas autoritarios anti-estadounidenses.

Argentina tiene un nuevo presidente, Mauricio Macri, que le dio a Obama una cálida bienvenida en Buenos Aires. En Brasil, Venezuela, Bolivia, y Ecuador están soplando vientos de cambio, como lo demuestran las recientes elecciones legislativas en Venezuela, el referéndum en Bolivia, y el proceso de juicio político contra la presidenta de Brasil.

Irónicamente, Obama se encuentra al final de su mandato con una Latinoamérica más amigable a pesar de que nunca le prestó atención especial a la región. Por el contrario, Obama designó a Asia como el “eje” de su política exterior. Cuando lo entrevisté por primera vez durante la campaña presidencial de 2007, me admitió que nunca había visitado la región, y no pudo mencionar el nombre de ningún presidente latinoamericano de ese momento.

Pero el viaje de Obama a Cuba y Argentina la semana pasada simboliza un nuevo ciclo en la región (prefiero no usar la palabra “era”, porque los ciclos políticos en Latinoamérica suelen durar entre 10 y 15 años), que podríamos bautizar temporalmente como el ciclo post-populista, o el ciclo pragmático, o el final del ciclo de autoritarismo aislacionista de América Latina.

Obama merece algo de crédito por este fenómeno. Su normalización diplomática con Cuba, su viaje a la isla con una delegación de empresarios estadounidenses, su firme repudio a la dictadura militar de Argentina de la década de los setentas y su promesa de desclasificar los cables de inteligencia estadounidense de ese período ayudaron a derrumbar muchos mitos fundacionales de la vieja izquierda latinoamericana.

La apertura de Obama hacia Cuba le quita a la dictadura militar cubana la excusa de que no puede permitir elecciones libres o libertad de expresión porque la isla está supuestamente amenazada por el imperialismo yanqui. Tras el acercamiento de Obama a Cuba, esta excusa suena más ridícula que nunca.

La izquierda setentista de Argentina, que llevó a cabo protestas durante la visita de Obama que coincidió con el 40 aniversario del golpe militar de 1976, quedó descolocada. Estuvo fuera de lugar al repudiar al presidente estadounidense que rindió homenaje a las víctimas de la dictadura, y al tratar de culpar a Estados Unidos de haber sido el artífice de ese período oscuro de la historia argentina.

En rigor, aunque Estados Unidos miró hacia el otro lado durante los abusos a los derechos humanos durante los primeros meses de la dictadura, eso cambió radicalmente cuando Jimmy Carter asumió el gobierno a principios de 1977.

Lo recuerdo muy bien, porque me fui de Argentina a Estados Unidos en 1976. A principios de 1977, Carter estaba denunciando públicamente a los militares argentinos y presentaba condenas a Argentina en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, mientras que –ironía de ironías– Cuba apoyaba abiertamente a la junta militar de Argentina con sus votos en la ONU, entre otras cosas para evitar condenas a sus propios abusos.

Pero quizás la principal razón del actual cambio en los vientos políticos latinoamericanos sea económica: el boom mundial de las materias primas que tanto ayudó a América Latina en la década de 2000 se terminó, y ahora los países de la región necesitan desesperadamente más inversión, y más comercio.

“El viaje de Obama a Argentina y Cuba marca un cambio político muy importante en América Latina”, me dijo el ex estratega político de Macri, Jaime Durán Barba. “He estado en varios países de la región en las últimas semanas, y hay un creciente deseo de una política más moderna, y menos autoritaria”.

Mi opinión: Obama será recordado en América Latina como un buen presidente para la región, a pesar de no haberle destinado mucho tiempo ni energía. Sería una verdadera pena si el próximo presidente de Estados Unidos, que heredara una región mucho más amigable, no aprovecha la oportunidad para construir nuevos puentes económicos —en lugar de muros— para beneficio de ambas partes.

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