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La UNAM, vulnerable y revuelta

La UNAM está al garete por la acumulación de delitos que ahí se cometen sin que las autoridades reaccionen a tiempo.

Está débil por la falta de respuestas institucionales adecuadas a una realidad inocultable, que es la violencia de género.

Casi mil denuncias de violencia sexual se acumularon en los tres primeros años del rectorado de Graue, y se comenzó a investigar y a sancionar a partir de los paros y protestas.

Hasta los alumnos de la siempre institucional Facultad de Arquitectura votaron, credencial en mano, ir a paro.

El problema es real y no tuvo una respuesta diligente.

Después, grupos violentos tomaron la vanguardia y no se sabe hasta dónde llegarán, pero la intención de quitar al rector o al secretario general es evidente.

Cualquier pescador puede ganar en ese río revuelto, donde hasta John Ackerman, candidateado para rector hace un año, podría llegar a la Secretaría General de la UNAM y desde ahí controlar a la universidad para su grupo político, que es el ala radical del gobierno de la 4T.

Nada más trágico que nuestra universidad se convierta en escenario de disputa entre facciones del partido gobernante, porque en juego está su autonomía.

La UNAM no puede ser campo de batalla de un adelantadísimo pleito por la candidatura presidencial en Morena, o por la destrucción de las instituciones autónomas.

Hizo bien el presidente López Obrador al exigir un “fuera manos negras” (o morenas) de la UNAM, y esperemos que el mensaje haya llegado a quienes tenía que llegar.

Aunque, obviamente, deja dudas lo críptico del llamado: ¿de veras no saben quiénes son esos encapuchados que asaltan facultades, agreden a maestros y atacan Rectoría con bombas molotov?

Ellos, los actuales gobernantes, contaron con los solícitos servicios de esos ‘anarquistas’ cuando se trataba de realizar actos de vandalismo y presentarlos como ”ira popular’ contra Calderón o Peña Nieto.

Si antes tenían nexos con ellos, es de suponerse que recuerdan quiénes son y quiénes, en las filas de Morena, tienen influencias y recursos para movilizarlos.

El problema revienta ahora, pero los principales ingredientes vienen de tiempo atrás.

Se ha dado manga ancha a grupos que desde hace una década buscan desestabilizar a la universidad, a la ciudad y si es posible al país.

La UNAM ha contado con rectores hábiles y gobiernos más o menos responsables, que han podido contener los intentos de hacer estallar nuestra máxima casa de estudios, pero ahora no es el caso.

No hay un rector con liderazgo, como sus antecesores, ni gobierno responsable. Y los grupos violentos son los mismos que hace dos o tres años. Esa conjunción de factores algún día iba a hacer crisis, y al parecer es lo que estamos viendo: la UNAM vulnerable, presa de “intereses espurios”, como bien lo señaló Enrique Graue.

¿Quiénes son? Esos nombres los debe conocer el rector y el gobierno federal, que han acusado “mano negra en el conflicto”.

Gobernación no tiene la menor idea –o lo disimula muy bien– de cuál es la logística y cómo se articulan ahora esas y esos anarquistas para encapsularlos y evitar que la ley de la selva se instale en la UNAM.

Había un auditorio, el Justo Sierra de Filosofía y Letras –donde alguna vez pude oír una conferencia de Juan Rulfo, y una discusión de primera con un grupo de “nuevos filósofos franceses”–, que ahora está en manos de narcomenudistas, delincuentes comunes, grupos políticos armados, y nadie los toca.

¿No quieren sacarlos? Mal hecho, pero si esa es la decisión, por lo menos deberían hacerles marcaje para saber qué clase de delincuentes alojan ahí y qué van a hacer.

Ya no hay forma: ni el gobierno lo sabe –o lo disimula muy bien– y la Rectoría tampoco, porque desmanteló su aparato de inteligencia.

Dice el Presidente que “siempre hay una mano que mece la cuna y hay que lamparearlos para que no anden en los sótanos”. Tiene toda la razón. Pero, ¿y la lámpara?

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