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Los culpables del gasolinazo están enojados

Está bien que seamos cortos de memoria, pero no tanto como para que nos metan el dedo en la boca.

Si en Estados Unidos hay gasolina más barata que en México es porque allá existen infinidad de refinerías privadas que producen gasolinas.

Y en cada esquina hay una gasolinera. Libre competencia, pues. Aquí tuvimos la oposición de toda la izquierda para que el sector privado construyera refinerías.

Decían que eso era traición a la patria.

Y ahora tienen la poca urbanidad de decirnos que es el colmo que en Estados Unidos el precio del litro de gasolina sea –en promedio– dos pesos con diez centavos más barato que en México.

En su campaña presidencial de 2012 nos ponían como ejemplo a Brasil, gobernado por los socialistas, que con dinero público construía tres grandes refinerías.

Resulta que el Brasil de la izquierda se quedó sin dinero, porque se lo robaron, y el litro de gasolina magna cuesta hoy 23.7 pesos por litro.

Aún más: el año pasado Brasil fue el país que más subió el precio de su gasolina: 48 por ciento. Y aquí la misma izquierda que nos ponía como ejemplo a la señora Rousseff, es la que sale a gritar que es traición a la patria subir en precio de la gasolina en 14 por ciento.

Desde luego que se trata de un doloroso golpe a los bolsillos de los mexicanos. Pero si hubiéramos permitido que el sector privado construyera y operara refinerías, hoy tendríamos el combustible al menos tan barato como en Texas.

México trae casi 70 por ciento de la gasolina que consume de las refinerías privadas de Texas, por lo que transportarla hasta acá hace más caro el combustible.

¿Y por qué en lugar de importarla de refinerías privadas de Texas no refinamos el petróleo mexicano en refinerías privadas en México?

Porque la izquierda decía que construir complejos petroquímicos privados en México era traición a la patria. Y traerla de fuera, más cara, era muy patriota.

Oportunistas son los que se opusieron con todo a la reforma energética en años pasados y con ello le impidieron al país tener gasolinas más baratas, sin depender del suministro extranjero, y ahora pintan las calles de la capital con la leyenda de ‘No al gasolinazo’.

Cuando se iba a aprobar la reforma energética en el sexenio pasado, el líder de los senadores perredistas, Carlos Navarrete, amenazó con tomar el recinto cameral para impedir su discusión y votación.

La izquierda en su conjunto anunció que iba a paralizar el país si se admitía la participación privada en hidrocarburos y petroquímica básica.

De ahí vinieron los foros de consulta eternos que diluyeron el impulso a la reforma, en momentos en que poner una refinería era muy atractivo para el sector privado.

El gobierno tenía que invertir sus recursos en lo más rentable: extraer petróleo. Y a los privados se les dejaba la alternativa de invertir para refinar crudo, con lo que tendríamos aquí la gasolina que hoy importamos de Texas.

Ésa es la verdadera historia del gasolinazo de diciembre.

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