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Un revés caro e innecesario

Se equivoca el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, al subestimar la importancia de la popularidad para gobernar (programa Si me dicen, no vengo). En democracia el respaldo social es fundamental para un presidente.

Churchill, que no era un populista, pudo llevar a su país a realizar los más grandes sacrificios que pueda vivir una nación, porque tenía respaldo social.

Aquí el gobierno realizó reformas de enorme calado sólo con el apoyo de las élites partidistas, y ahora está a merced de los intereses afectados por las reformas.

Sólo en las dictaduras no importa la popularidad, porque las decisiones se imponen por la fuerza o por el terror.

Pero en una democracia, con opinión pública participativa y redes sociales, es necesario convencer, sumar voluntades y compartir un proyecto con la mayoría de la población.

Los resultados de la visita de Donald Trump a México fueron catastróficos, y que nos digan que no importa el costo en popularidad es equivocado.

Unas horas después de su estancia en Los Pinos, donde usó un tono comedido y respetuoso, Trump volvió a ser el fanático antimexicano de siempre y amenazó con deportar a dos millones de paisanos en unos cuántos días.

Su visita lastimó al país.

No es suficiente el argumento de que, si gana, los mercados podrían reaccionar fuerte en México y afrontar una devaluación aún mayor.

Lo hubieran invitado cuando ganara, pero es incomprensible que

–aunque sea involuntariamente– le ayuden a ganar.

El gobierno se equivocó. La visita de Trump lastimó a la población e hizo caer la aceptación del presidente.

¿No es necesaria la popularidad? Es indispensable, sobre todo para afrontar momentos difíciles como el que vivimos y como los que pueden venir si gana Trump.

Un país unido siempre será más fuerte que un país dividido. Es de primaria.

Y nos dice la historia: cuando nos dividimos hemos perdido la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos.

Ahora hasta el gabinete parece dividido por el efecto Trump.

¿Tan indispensable era que viniera?

¿Fueron sólo consideraciones económicas las que prevalecieron para invitarlo?

¿O se quiso jugar contra Hillary por motivos políticos, relacionados con la sucesión presidencial en México?

Los opositores de adentro son adversarios: el enemigo está afuera y se llama Donald Trump.

Hay que darle la vuelta a esa página con la admisión de que fue un error de parte del gobierno, y que es necesario corregir.

El presidente de México requiere respaldo social para acabar bien el sexenio, porque en este trance vamos todos y no sólo su partido.

Ante los argumentos económicos en favor de recibir a este candidato republicano, yo me quedo con una imagen humana, para rechazarlo: la del joven albañil en el último piso de la torre Trump en construcción, allá en Vancouver, con una bandera mexicana entre las manos.

Eso es hacer patria, carajo.

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